La Juventud o la dictadura del tiempo

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Paolo Sorrentino ha decidido continuar con lo que parece será una especie de trilogía existencial. Venía de cosechar elogios y también detractores con ‘La Gran Belleza‘, aunque la crítica ganó la partida. Con ‘La Juventud’ (‘La giovanezza’) lo ha vuelto a conseguir, cosechando de nuevo el triunfo en los premios europeos de cine. Está claro que Sorrentino aúna todo lo que puede gustar a una élite crítica: estética, preciosismo de cámara, temas trascendentes, grandes actores y un estilo ya inconfundible, de autor. Al público también le ha tocado la fibra y no es habitual habida cuenta de cómo es su cine.
‘La Juvetud’ está rodada en inglés, porque el reparto es internacional, y qué reparto: Michael Caine, Harvey Keitel, Rachel Weisz, Paul Dano y Jane Fonda. Como único marco, un balneario suizo apartado del mundanal ruido. En él, un director de orquesta y su hija, otro de cine y un actor famoso observan el paisaje humano del centro y reflexionan sobre el paso del tiempo, el pasado y las decisiones vitales entre bucólicos parajes y estancias asépticas donde se tratan dolencias del cuerpo y se combate la vejez externa.
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Sorrentino cambia la decadente Roma y sus moradores burgueses por la elitista Suiza y sus visitantes aristócratas y artistas, pero las reflexiones y la visión vital no difiere. Las derivaciones y errores acumulados del paso del tiempo afectan por igual a todos. Más allá de los valores o defectos de una clase social o un estatus académico, los personajes se mueven entre la lánguida observación, el análisis de sus errores pasados y la triste perspectiva del futuro. Pero el título del film no engaña, y la piedra angular de todo es el paso del tiempo, la juventud y la falta de ella, más que la belleza. Lo bello se muestra como intrínseco a lo joven y por ello la decadencia se expresa más en lo temporal que en lo moral o social.
‘La Juventud’ será de nuevo diana para los detractores de Sorrentino y su buscada estética rayana en lo pedante, pero la pulida superficie muestra un fondo tan inquietante como veraz, por mucho que el envoltorio pueda parecer artificioso. Son soliloquios, diálogos, metáforas visuales, miradas y sensaciones de puro cine y de pura verdad, de todo aquello que no solemos pararnos a reflexionar entre tanta banalidad e impactos visuales, del cruel paso del tiempo y los lodos que ha dejado en el amor, los sueños perdidos, las frustraciones y los fracasos. O quizá es simplemente no engañarse, como hacen los protagonistas, adorar y añorar la juventud como valor absoluto. El resto sería confirmar precisamente eso y sólo quedaría la dignidad de la decadencia.

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