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Ya hemos apuntado en alguna ocasión que en el cine de terror está todo inventado. Si bien siguen siendo efectistas y efectivos los sustos tradicionales, al final se convierten en pelis de palomitas y ni siquiera ya de salas, sino de sobremesa o tarde-noche en el sofá de tu casa. Es el caso de ‘El bosque de los suicidios’. Y es una lástima porque como siempre la realidad supera a la ficción y la base es un bosque real (el Aokigahara, en las faldas del Fuji) y donde realmente cada año decenas de personas lo eligen para suicidarse, apartados de todo y evitando también el gasto a la familia que conllevan en Japón los daños colaterales del acto.
Pero no, corrijo. No está todo inventado. Siempre, aún, hay autores que convierten lo manido en original gracias a un guión brillante o a la creación de una atmósfera que perturba más que cualquier otro efecto y estos hechos reales daban para una gran película. El director Jason Zada como digo ha optado por una historia simple, el bosque tupido y turbador, el auténtico, como escenario y los sustos de rigor sin mayores intenciones aparentes de aportar algo nuevo o que deje un poso de inquietud al salir de la sala.
‘El bosque de los suicidios’ es una vez el título elegido en español y que explica desgraciadamente el quid del asunto (en inglés es simplemente ‘The Forest’). Ni con las reminiscencias que puede haber del prestigioso género de terror japonés basta para aumentar el nivel del film. Tampoco los protagonistas ofrecen un trabajo digno de recordar, con un casting pobre y de recursos planos.
La película transcurre en una constante de sustos habituales y giros previsibles, aunque hay que decir que el final es bastante digno, superando la media general del conjunto al menos pero siempre bajo un mínimo riesgo, una dirección de lo más convencional e incluso un estilo en ocasiones más de telefilm. Muy olvidable pero que no es ni mucho menos para suicidarse.
