Con ‘El hijo’ pasa algo curioso: sabes y notas desde el principio sus carencias tanto en estilo como en interpretación (sobre todo del chaval), y sin embargo te atrapa y te llena como esos telefilms de sobremesa que suelen tratar temas así y que te atan al sillón hasta que acaban.
No, no me malinterpretéis, no lo estoy comparando con una película de sobremesa de esas, tan lacrimógenas y artificiosas. ‘El hijo’ es mucho más, aunque solo sea por el precedente del director francés, Florian Zeller, que se estrenó en cine con ‘El padre’, con gran éxito de crítica y el Oscar al mejor actor para Anthony Hopkins. Aquí repite en el elenco, pero con un pequeño pero intenso papel, en una escena donde, una vez más, se come la pantalla, incluso delante de un protagonista de la talla de Hugh Jackman.
Recordemos que Zeller es escritor y dramaturgo, y de hecho esta película, como su ópera prima, son de lo más teatrales, con la mayoría del metraje en interiores, y más concretamente en las dos casas de los progenitores del protagonista. La diferencia entre ‘El padre’ y ‘El hijo’ es su forma y estilo, y denota que Zeller no ha arriesgado en su segunda película y ha optado por la narración convencional y el drama puro y duro.
Y si, ambos títulos van de padres e hijos, pero en esta ocasión centrado, como su título indica, en los segundos. Una reflexión sin posicionarse y muy desde fuera, aunque con mucha carga dramática, del papel de los padres y de cómo sus decisiones y errores marcan la vida de los vástagos. Y no revelamos más, aunque nada más comenzar el film todo queda muy claro e intuyes el final. Aquí no esperes esos giros que parecen obligados. Es la vida tal cual, donde muchos padres podrían sentirse identificados, y desgraciadamente muchos adolescentes en el otro lado.
‘El hijo’ cumple bien su función de reflexión, en un mundo donde lo familiar clásico se va diluyendo pero también hemos aprendido a criticar ese lado oscuro de la familia tradicional y de sus rupturas abruptas, pero no deja poso alguno posterior, a pesar de su impactante final. Pero no decepcionará como drama con unas interpretaciones correctas, salvo el del hijo adolescente. Aún así el director compensa con una dirección de esas que se llaman imperceptibles, con una narración directa y sin artilugios, al servicio solo de una historia sencilla en la forma pero con tanta carga emocional en el fondo.
