Un octogenario entra de manera temporal en una residencia de ancianos debido a la inminente paternidad de su hijo con el que convivía. Ahí le recibirán otros ancianos y el staff del centro afablemente. La adaptación al lugar no será fácil, sobre todo por la amenaza de unos sucesos extraños que irán atormentando al protagonista en sus sueños.
Abordar el tema de la vejez sin caer en territorios comunes es complicado, pero ya vimos en películas recientes como «Viejos» de Raúl Cerezo y Fernando González Gómez que se puede tratar temas universales como este y ser original. Este, lamentablemente, no es el caso. Desde el minuto cero en el que llega el anciano y se despide de la familia ya se intuye que ese es un lugar de estancia permanente. Enseguida se aprecia el esfuerzo en demostrar la tristeza del lugar y la sensación de abandono que acompañan al protagonista.
Ciertamente, la vejez es algo ineludible y los problemas de soledad y abandono son bien conocidos. Es terrorífico enfrentarse a algo así cuando además son los seres supuestamente más queridos los que te empujan a ello. Y verlo en pantalla no es agradable. El riesgo existe cuando se abusa de la pena convirtiendo el film en un relato plasta y aburrido del que fácilmente se acaba desconectando.
Si bien es cierto que hay que valorar el intento de añadir un elemento sobrenatural al asunto para darle interés, también es de recibo decir que es muy confuso y no está bien integrado en la historia. Hay muchas transiciones entre lo sobrenatural y lo real que son completamente anticlimáticas y la resolución final roza el absurdo. Sueños premonitorios, muerte, criaturas pesadillescas son ingredientes suficientemente interesantes como para darle salsa al asunto pero al final todo queda en agua de borrajas.
