The Divine Fury es una película coreana curiosa por su arriesgada e interesante apuesta. Yong-Hoo Park es un joven luchador de MMA de éxito incapaz de superar la muerte de su padre en su infancia. El padre Ahn es un exorcista enviado por el Vaticano para investigar la presencia de un sacerdote negro en una ciudad en la que las posesiones se están incrementando. Yong-Hoo sufre unas pesadillas horribles y empieza a sangrar por la palma de su mano derecha. Los destinos de ambos personajes se cruzan para intentar derrotar al mal.
La combinación de personajes parece una fórmula ganadora pero el que espere un catálogo de traumatología podría llevarse una decepción. Hostias las hay, pero no es The Raid ni The Night Comes For Us. Las coreografías son efectivas pero no espectaculares y las artes marciales quedan en un segundo plano hasta el tercer acto prácticamente. En cambio, las escenas con los poseídos son convincentes y de lo más interesante del film.
Quizás la duración de la película puede resultar un obstáculo para algunos dados sus 129 minutazos pero el ritmo, pese a su lento inicio, va creciendo a medida que avanza la historia. El argumento no pasará a la historia y las interpretaciones no son nada del otro mundo pero en general, la película consigue su cometido y es un buen entretenimiento.
